Punto Y Coma (Part III)
La puerta sonó y seguidamente se abrió. Entraron tres personas, dos mujeres y un hombre, no conocía a ninguna. Mientras una de las mujeres se mantenía al margen, muy atenta y bien vestida, las otras dos personas se agarraban fuertemente de la mano y me observaban con lágrimas en los ojos. Entonces supe quienes eran, debían de ser mis padres. Pero eso no era posible. Aquellos rostros, aunque tenían cierto parecido, no eran tal y como yo los recordaba, en mis recuerdos eran mucho más jóvenes. (Me lo tengo que estar imaginando, quizás soñando, si estoy en un hospital debe ser por alguna razón, puede que sean alucinaciones. Sí, eso debe ser). Despacio, muy poco a poco, como si temiesen que yo fuera a desaparecer en cualquier momento, se fueron acercando a mi vera. Me cogieron de la mano. A través de su tacto pude sentir sus miedos, sus nervios y su sufrimiento. (Pa... Pa... Padres) Fue cuanto pude decir, instantáneamente después nos fundimos en un largo e intenso abrazo. Sus cuerpos temblaban, sus defensas que los mantenían fuertes caían. (Pero, ¿por qué?). Cuando recuperaron la compostura empezaron a hablar. Me dijeron que habían luchado por mí durante todo el tiempo (¿qué tiempo?), que nunca me habían olvidado (¿por qué iban a hacerlo?), y que siempre me habían querido (¿y por qué no?), que durante estos últimos quince años en coma no habían perdido la esperanza... Siguieron hablando, pero yo ya no los escuchaba. (Quince años, quince años, en coma. ¿Quince años en coma?). Se me paró el corazón. Aquello lo explicaba todo, mí presencia en un hospital, la sorpresa de los médicos, su envejecimiento, su dolor. Pero traía más significados consigo. ¿Dónde estaba mi familia? ¿Qué era de mis amigos? ¿Y de mí mismo? Todo mi pasado, mi presente y futuro que tenía, echados a perder. Los largos años de estudio y trabajo ahora no servían para nada. Me acosté una noche de invierno, para despertar al día siguiente quince años después. No me quedaba nada. Las lágrimas brotaron vaciando un pozo sin fin. Por un momento no quise creer la verdad, cerré los ojos fuertemente pensado que cuando los abriese todo sería normal y yo estaría en mi habitación. Nada cambió. Mis padres dejaron de hablar, entonces intervino la tercera persona que lo había estado observando todo desde un segundo plano. Amablemente invitó a mis padres a abandonar la habitación, no querían hacerlo, pero en silencio obedecieron. Mientras ella ocupaba su lugar, me di cuenta de qué era lo que llenaba la habitación a mi izquierda, me costó creer no haberme fijado antes. Allí había una incontable cantidad de flores, postales, regalos, adornos, cartas, posters y fotografías. La vista se me nubló todavía más. La mujer se presentó como psicóloga y viendo el interés por mi descubrimiento me contó que todo aquel material se había ido acumulando durante todos aquellos años. Eran objetos de mis familiares y amigos, e incluso de personal del hospital que había estado ocupándose de mí. No podía dejar de llorar, me encontraba mareado y desconcertado, tiritaba no sé si de frío, de nervios, de miedo o de todo a la vez. Me eché a dormir, recé para no volver a despertar jamás.
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