18 d’abril del 2008

El de que la comida es como la familia

Era tarde, o pronto según se mire y quien lo mire. Vicen acababa su turno y recogía las pocas pertenencias que le quedaban en la taquilla. Fuera hacia frío, se había pasado toda la noche lloviendo y aún corría un aire gélido. Sabiéndolo, se abrochó bien el abrigo a la vez que guardaba la muñeca de su hija en uno de sus bolsillos. Era su muñeca preferida, la llevaba a todas partes menos a la escuela, donde decía que los “nenes” malos se la quitarían. Aquel día, se había empeñado en que su madre se la llevara al trabajo para que le hiciese compañía. Vicen no se negó, pues qué le iba a molestar a ella guardar-la en el bolso mientras trabajaba y así cumplir un capricho de su hija. Ahora en cambio, después de estar diez horas sin su pequeña, no dejaba de acariciar el sintético cabello de la barbie.
El aparcamiento se encontraba prácticamente vacío a esas horas y una débil nieblilla empezaba a dejar entrever que pronto amanecería. Tuvo que zigzaguear todo el trayecto hasta el coche entre los grandes charcos que había dejado la tormenta, la cual aún destellaba en el horizonte. Abrió el vehículo y dejó la muñeca en el asiento del copiloto, como si fuese una pasajera más. De pronto, se dio cuenta de algo. No recordaba si había apagado la luz de su despacho. Desde aquella vez en que la factura de la luz casi deja en bancarrota a la empresa, lo jefes se habían vuelto muy estrictos con el tema. Fue, pero tardó poco en volver tras confirmar que efectivamente, sí que lo había hecho. Se aproximó al coche y algo en su interior le dijo que no todo estaba tal y como ella lo había dejado. El coche seguía cerrado y lo único que había dejado allí era el bolso, que seguía en el asiento trasero y la muñeca en el copiloto. Aunque ésta ya no miraba en la dirección anterior, observaba la ventanilla, la miraba a ella. No podía ser, si no recordaba si había apagado las luces o no, tampoco tenía porqué recordar hacia donde miraba la muñeca. Cavilaba sobre el asunto cuando notó una presencia detrás de ella, y el contacto de una fría mano sobre su hombro la sobresaltó sobremanera.
- ¡Lo siento! No quería asustarte. – Era Ana, una compañera del trabajo que entraba a esa hora. Vicen se tranquilizó. – Deberías de haber visto tu cara. Recuerda que mañana tenemos la fiesta de despedida de Rosa, ¡no olvides traer el vino!
- Aún me va el corazón acelerado. ¡Que mala leche tienes! – Ana ya se dirigía hacia el interior del edificio, por lo que alzó la voz en la última frase para que la oyese.
Rosa, una mujer bajita y rechoncha, era la encargada de los encargos. Por ello se movía por todos los departamentos y ya por sus ojos achinados, su sonrisa inagotable o quizás, su agudísimo sentido del humor, a todo el mundo le caía en gracia. Era probablemente la empleada más veterana, así pues, todos la conocían desde el principio y colaborarían para hacerle una gran fiesta de despedida. Globos, disfraces, mucha comida y mucha bebida a la vez que ganas de pasarlo en grande. Imaginar cómo de divertida sería la fiesta, le arrancó una mueca de ilusión a Vicen, a pesar de lo cansada que se encontraba y el susto de Ana. Tenia sueño y aún le quedaba un trecho hasta casa. Se giró hacia el coche, la muñeca no estaba. Supuso que se habría caído del asiento, pero no había acercado la mano a la puerta, cuando le tocaron la espalda de nuevo. Nadie en su sano juicio habría estado preparado para la imagen que se le apareció a Vicen delante de sus ojos. La muñeca de su hija había adquirido un tamaño de una persona adulta pero continuaba siendo eso, una muñeca. No parpadeaba, ni gesticulaba. En cambio Vicen, que empezaba a retroceder con el rostro desfigurado por el terror, sentía como si sus ojos verdaderamente la estuviesen viendo. La muñeca levantó los brazos en un intento de tranquilizar a Vicen, pero esta entendió algo muy distinto y se colocó en posición fetal entre el coche que le impedía huir por detrás y la muñeca que se le acercaba por delante. Estaba rodeada y el miedo la mantuvo en esa posición sin reaccionar, sin darse cuenta si quiera que nadie la estaba dañando ni tocando. Entreabrió los ojos y vio a la muñeca en cuclillas delante suya, no se movía, tan solo la observaba. Muy despacio la muñeca le tendió la mano de plástico. Vicen empezaba a comprender que no tenía nada que temer, pues si tuviese intenciones de matarla, ya lo habría hecho. Estrecharon las manos y se levantaron.
- No tienes por qué tener miedo, de mí no. – Al igual que mantenía sus falsos ojos abiertos sin pestañear, tampoco movía los labios al hablar. Su voz, de hecho, sonaba profunda, como si alguien hablase desde dentro de ella. Vicen seguía atónita. – No tenemos demasiado tiempo, Él viene y tu hija está en peligro.
- ¿Qué… quien… diablos eres? – No entendía qué le estaba diciendo. No pensaba con claridad y mucho menos hablaba con fluidez. - ¿Qué es lo que quieres?
- Ayudar… ¡Escúchame! – Zarandeó a Vicen hasta que sus pupilas enfocaron correctamente su rostro. – ¡Tu hija está en peligro! ¡Él viene! – Su voz empezaba a mostrar angustia y desesperación.
- Mi hija… ¿Qué podemos hacer? – Finalmente Vicen comprendió que la situación era crítica. Aunque luchaba por continuar siendo consciente de los hechos olvidando que la muñeca de su hija tenía un tamaño anormal y le hablaba. Aún no descartaba la idea de que estuviese perdiendo la cabeza. – ¿Quién es Él?
- Intentaré explicarte que es lo que sucede, pero tienes que entenderlo sin más. No te preguntes nada, acéptalo, pues es tan cierto, por muy fantástico que te parezca, como que dentro de poco saldrá el sol. – Hablaba deprisa pero con seguridad, apenas dejaba entre ver todo el miedo que sentía. – Él es una entidad maligna y enfermiza que viaja entre dimensiones. Se le conoce como: “el de que la comida es como la familia”. Es una canción que no deja de cantar mientras se dedica a llevarse consigo a personas inocentes para Dioses saben qué. Suelen ser niños, pero acaba con todo aquel que se le interpone. No solo son eso, es dibujante de comics. En ellos describe morbosamente todos los secuestros que ha llevado y llevará a cabo. Luego los vende en cualquier dimensión, le compraste a tu hija uno no hace mucho. Yo me llamo Rianna y tampoco soy de tu dimensión, pero tengo uno de los comics maestros que entre otras cosas, te permite interferir de alguna forma en otras dimensiones. A través de una muñeca, por ejemplo. Anoche, mientras tu hija dormía le dije al oído que te diese su muñeca para ir a trabajar, o sea, a mí.
- No lo entiendo, en verdad no entiendo nada. Pero si dices que mi pequeña está en peligro te escucho, por lo que… ¿cómo conseguiste ese comic?
- Me fue entregado por otra persona, al igual que voy a hacer contigo. Este comic le fue robado a Él en otro tiempo, en otra dimensión. A parte de viajar a otras dimensiones, puedes cambiar los acontecimientos venideros que en él se plasman. ¡Puedes salvar a tu hija! Al igual que yo hice con mi hijo.
Hasta entonces Vicen no se había fijado, pero en su mano izquierda sostenía un libro pequeño, pero parecía no tener folios. Rianna siguió hablando.
- Según este comic – Alzó el libro a la altura de los ojos de Vicen – Tu hija es la próxima víctima, míralo por ti misma. – Abrió el comic y efectivamente no tenía folios. En su interior contenía dos pantallas táctiles con las viñetas correspondientes a un comic. Los dibujos que había en los recuadros parecían tener movimiento. Al fijarse más, Vicen se centró en una figura que le era familiar, era ella misma.
- Esa… esa de ahí soy yo… y tu. – No se encontraba bien, todo aquello le parecía tremendamente surrealista.
- Correcto. Somos nosotras. Y si pasas página… - Mientras hablaba tocó con el dedo una de las esquinas inferiores. La imagen cambió. – Esta es tu hija, en su cama, y la sombra difusa de la viñeta siguiente es Él. No queda mucho tiempo.
- ¿Qué es lo que tengo que hacer? ¿Por qué no puedes ser tú por ejemplo quien salve a mi niña, o a los hijos de los demás?
- El comic solo responderá a aquella persona que esté directamente implicada en la historia que se cuenta en ese momento. Debes ser tú, su madre, quien la salve. Coge el comic, solo tienes que modificarlo. Con el dedo puedes cambiar todo aquello que desees y sea necesario para salvar a tu hija. No te preocupes, el comic se encargará de realizar aquello que quieras por si solo. ¡Indícaselo! – Vicen sostuvo el libro abierto en una mano y con la otra se dispuso a localizar una viñeta en la cual pudiese ayudar a su hija. Eligió una en la que aparecía su pequeña leyendo un libro tumbada en la cama. Pero algo cambió en las imágenes que se sucedían. Volvían a aparecer ella misma y la muñeca en el aparcamiento, pero no estaban solas. Una sombra empezaba a materializarse frente a ellas.
- ¡Oye! Esto está cambiando solo. ¡Mira! Creo que somos nosotras, y ese debe de ser ¡Él!
A la muñeca no le hizo falta ver la viñeta para saber que algo no marchaba bien. El ambiento se había vuelto gélido en un momento, para luego ser sofocante y volver a enfriarse de nuevo. Sin duda, Él había llegado. Lo que empezó siendo una sombra amorfa acabó convirtiéndose en un ser humano idee y envuelto en una gran capa oscura. Las dos se quedaron petrificadas mientras aquel ser sacaba de debajo de la capa una escopeta. Disparó.
Elisa cerró el comic. ¿De verdad acababa de leer como asesinaban a su madre? No lo creía, aquello no tenía ningún sentido. Casi no se había enterado de la historia del libro que le había comprado un día su madre por capricho suyo. La puerta se abrió. Elisa pensó que sería su madre que llegaba de trabajar. Rápidamente se levantó de la cama y se abalanzó sobre la puerta para abrazar a su madre. Pensaba contarle lo del comic, y que nunca más leería otro. Al ver quien ocupaba el umbral de la puerta su corazón se detuvo por un segundo. ¡Era Él! El del comic, quien había matado a su madre. Aquel ser empezó a cantar su macabra canción con tono indiferente. Avanzó sobre la pequeña Elisa. Con una mano la asió por la cintura mientras que en la otra tenía un libro sin folios.
Y así siguió con su oscura profesión. Raptando a seres de diferentes dimensiones para sus seguros malvados planes. Cantando su canción, sobre la familia y la comida, que si en algún momento esa canción tuvo sentido, solo él lo sabía.
“Basada en sueños reales”

9 d’abril del 2008

sms

El mòbil va vibrar al interior de la seua butxaca, al traure'l, una icona indicava que hi havia un missatge sense llegir. El número no es trobava guardat en l'agenda, però el va obrir igualment. Va quedar sorpresa. No era un missatge que cabria esperar d'un número desconegut, tal com una equivocació, un amic des d'un altre mòbil o d'algú que intentava lligar. No. En ell apareixia un fragment d'una cançò, però no una qualsevol. Era una d'aquelles cançons que lliguem de volta en quan a una persona, per lo general especial en algún sentit. I sabia perfectament de qui es tractava, a pesar de que feia molts anys que els seus camins quedaren separats per diferents destins. La reacció emotiva va ser instantànea: el cor se li va disparar, juntament amb la respiració, alhora que els ulls se li humien de la emoció. Va cobrir part del seu rostre amb les mans mentre voltejava sobre si mateixa en meitat del carrer. Buscava una silueta coneguda, l'unica que estava quieta entre tanta gent i que la mirava. Si alguna vegada heu sentit una sobredosis d'alegria, pot ser es podria comparar amb que sentia en aquell instant. Quant de temps havia passat des l'última vegada que havien estat junts en aquell bar de ningún lloc on es varen despedir. I ara sols tenia que creuar el carrer, creuar sense mirar, sense mirar el autobús.