31 d’agost del 2010

El muro


Se afanaba en tallar y colocar las piedras a medida una sobre otra rellenando los huecos con argamasa. En un inicio iba a ser únicamente tarea suya por costosa que fuese. La situación cambió cuando ella llegó.

- Realmente esas piedras deben de pesar. ¿Qué se supone que estás construyendo? - El artesano, enfrascado como estaba en su trabajo, no la escuchó llegar y se sobresaltó.- Tranquilo, que no muerdo. - Divertida, trató de calmarlo son su dulce voz.

- No, no es eso. - Consiguió articular al fin - Es solo que por aquí no suelen acercarse muchas visitas. Y, saciando tu curiosidad, lo que ves ante ti son los cimientos de un buen muro. - El orgullo que sentía era palpable.

Aquello la desconcertó, se había imaginado que aquel hombrecito estaba haciéndose una casa, quizás un pequeño castillo por el tamaño de las rocas. El prado denotaba cierta belleza y podía ser un buen lugar donde vivir. Pero la idea de un muro en medio de la nada, no le veía sentido.

- Esto… la función de un muro es defender, proteger… ¿El qué y de quien? - La expresión del hombre se tensó.

- Las razones no te incumben niña. Tómatelo como quieras, pero no es algo que le vaya a desvelar a una desconocida. Ahora, si no te importa, tengo mucha faena. - Alargó el brazo para coger sus herramientas, pero la mano de la chica lo detuvo.

- Entonces le ayudaré. Me intriga de verdad el motivo de esta construcción. ¡Déme la oportunidad de conocerme! Para empezar, me llamo Sol. - No vio mentira en su mirada, por lo que sopesó el hecho de tener otro par de manos disponibles.

- Ciertamente algo de ayuda no me vendría nada mal. Aunque no te prometo nada, las condiciones serán duras y mi confianza no es fácil de ganar.

Sin más palabras ambos se pusieron a trabajar. Roca tras roca, día tras día apenas descansando por las noches al cobijo de un árbol y de una tenue hoguera. La cooperación y la convivencia pronto fueron las causantes de que entre ellos surgiese la amistad. Entre bromas y risas hacían más llevaderas las largas jornadas de esfuerzos. Una noche, mientras miraban las estrellas tumbados en la hierba se decidió a contarle la verdad.

- Creo que va siendo hora de que te cuente el por qué de todo esto. - Guardó un segundo en silencio, disfrutando del interés que brotaban de los ojos de la muchacha. - Detrás de aquellas colinas hay un gran cofre y dentro, está mi corazón. Es lo que intento proteger para que nadie ni nada pueda causarle dolor.

- ¡Pero eso es muy triste! Si lo encarcelas de esta forma, tampoco serás capaz de sentir afecto por alguien.

- Ese es un precio que estoy dispuesto a pagar por no volver a sufrir más. - Aunque lo dijo con convicción, recordar lo que iba a perder le causó una leve punzada donde ya solo había un vacío.

Durante algunos meses más siguieron construyendo la mayor muralla que nunca se había visto por aquellas tierras. Sin duda quien la viese quedaría maravillado y echaría atrás cualquier idea de querer averiguar qué custodiaba.

Al fin un día la terminaron con el levantamiento del único portalón por el que sería accesible la entrada. Esa misma noche el hombre sacó una botella de vodka que tenía reservada para la ocasión y la celebración se alargó hasta altas horas de la madrugada cuando quedaron dormidos. La mañana ya estaba bien avanzada cuando despertó y se encontró solo con los restos de la hoguera aún humeantes.

- ¡Buenos días! - La voz sonaba de arriba. Al observar el muro haciéndose sombra con la mano vislumbró la silueta de la joven asomándose desde lo alto de una de las torres.

- Ábreme la puerta para que pueda subir y disfrutar de las vistas. Seguro que son preciosas.

- Sí que lo son, pero no te pienso abrir. - Sin darle tiempo a replicar, prosiguió. - Yo también tengo una verdad que contarte: Mi nombre completo es Soledad y ahora tu corazón me pertenece.